Graciano Tarragó (1892-1973) «Guitarrista, violinista, compositor y pedagogo».
Un gran maestro de la Escuela Catalana de Guitarra
de la primera mitad del siglo XX. (*)
Cuando a menudo se reconoce la existencia de una escuela guitarrística catalana, se hace clara referencia a la trascendencia que, para el desarrollo del lenguaje del instrumento, tuvieron algunos guitarristas-compositores catalanes durante la primera mitad del siglo XX. Si es cierto que la figura de Fernando Sor (nacido en Barcelona en 1778 y formado en la Escolanía de Montserrat) permitiría, por sí misma, atribuir una indiscutible catalanidad a la creación de un modelo compositivo guitarrístico provisto de una profundidad musical nunca conseguida hasta el momento, también lo es que, tras él, se produjo un progresivo alejamiento de la guitarra de las escenas musicales más trascendentes. El grado de marginación en que se situó durante una parte importante del siglo XIX, propició que se recibiera de forma entusiástica la aportación romántico-tardía del castellonense Francisco Tárrega (1852-1909) que vivió la práctica totalidad de su vida artística en Barcelona estableciendo las bases artísticas que aprovecharían sus discípulos más destacados, reuniendo aquella referida escuela catalana en torno a un ideario estético común y convirtiendo el país en el centro de atención del mundo guitarrístico internacional. La obra para guitarra de Graciano Tarragó le acredita como uno de los miembros más destacados de esta escuela, de la que formaron parte las dos importantes generaciones de guitarristas que sucedieron a Francisco Tárrega.
Como otros compositores nacidos entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX, Graciano Tarragó es un fiel transmisor de los principios estéticos del último romanticismo, principios que complementaría con los del nacionalismo musical promovidos por Felip Pedrell y que heredó de algunos de los importantes maestros con quien estudió. Construye su lenguaje con los parámetros estilísticos y formales establecidos como consecuencia del proceso evolutivo de la tonalidad, incorporando numerosas parcelas de originalidad que lo mantienen alejado de la estricta ortodoxia, a la vez que se convierten en el signo de identidad de su personalidad creadora. Tarragó desarrolla un lenguaje tonal de características propias en que el frecuente uso de la música popular como fuente de inspiración melódica, lo sitúa dentro de una corriente que se podría llamar «nacionalista-romántico». En este sentido comparte espacios estéticos con la obra de compositores como Miquel Llobet-su maestro de guitarra-, Emili Pujol, Federico M. Torroba, Salvador Bacarisse y Joaquín Rodrigo-por citar algunos de los que dedicarían buena parte de su producción a la guitarra-y también con la de Enric Morera, Lluís Millet, Joan y Ricard Lamote de Grignon o Eduard Toldrà, entre otros .
De igual forma que Fernando Sor, Francisco Tárrega o Miguel Llobet, Graciano Tarragó aspira a elaborar un lenguaje para la guitarra de dimensiones musicales comparables a las que otros instrumentos habían asumido a través de su historia y que les habían hecho merecedores de la titularidad de instrumentos «serios». También, al igual que los guitarristas-compositores mencionados, fue en su amplia formación como músico, donde encontraría las principales fuentes de inspiración para la realización de la tarea que emprendería a lo largo de la vida. La condición de violinista activo le mantuvo en contacto permanente con el gran repertorio sinfónico, operístico y de cámara. La participación desde el año 1914 en las agrupaciones instrumentales y orquestales más importantes del país, le proporcionan una serie de vivencias musicales de primer orden, a las que no habría tenido acceso desde un contexto exclusivamente guitarrístico. La interpretación de las mejores obras del repertorio clásico y romántico-desde el corazón de la orquesta o desde el atril de un cuarteto-así como también de las obras de los compositores vivos que, en ese momento, son los líderes de las propuestas de lenguaje más avanzadas-Richard Strauss, Enric Morera, Manuel de Falla, Eduard Toldrà, Igor Stravinski, etc .- constituiría la experiencia artística idónea para dotar, a una sensibilidad receptiva como la de Tarragó, de todo lo necesario para desarrollarse sobre un instrumento lleno de posibilidades inexploradas-todas las expectativas creativas que aquellos intensos eventos musicales revelaban.
Si este contacto permanente con la gran música se puede considerar como uno de los focos vertebradores de los aspectos más estrictamente musicales de su lenguaje guitarrístico, no menos importante es, también, la herencia recibida de la tradición guitarrística mantenida por guitarristas-compositores como Josep Viñas, Julián Arcas, o Joan Parga (entre otros) que, a lo largo el siglo XIX, desarrollarían fórmulas virtuosísticas arraigadas en la guitarra popular andaluza reelaborando de forma personal. Una obra como la popular "Gran Jota" que, a pesar de ser del guitarrista J. Arcas, acabaría atribuyendo a F. Tàrrega, es un claro exponente de la utilización de aquellas fórmulas que, de forma insistente, continuarían siendo utilizadas por compositores de generaciones posteriores como paradigma de los recursos guitarrísticos por excelencia. Tarragó no rechaza el uso, pero los trasciende dotándoles de una capacidad modulatòria y amplitud armónica a menudo más amplia (véase, por ejemplo, sus composiciones «Del valle de Ansó" o "Ritmos Andaluces»), al tiempo que n incorpora nuevos en otras piezas, creando una importante y numerosa colección que, por su unidad estilística y exigencia interpretativa, constituye un «corpus» único en la literatura del instrumento que contiene algunas de las páginas más bellas que nunca se han escrito para guitarra, dentro de la estética en que se inscriben.
La obra de Graciano Tarragó refleja permanentemente la autenticidad de quien afronta la creación tratando de conmover a través del lirismo y la emotividad. La emoción había de ser el vehículo mediatizador de la comunicación, la que se convertía, ineludiblemente, en el objetivo principal de cualquier manifestación artística. En el caso de la música, este objetivo era tan prioritario en la actividad del creador como en la del intérprete. Por otra parte, le incomodaba cualquier acercamiento a la música que no fuera motivado por el afán de disfrutar de los valores estéticos que afloran directamente de la audición. Veía los planteamientos extramusicales-especialmente los provistos de pretensiones intelectualitzants-como un intento de enmascarar la principal y única función que, para él, debía tener la obra musical: la de transmitir emociones. Por eso podemos decir que su música es música pura, música para escuchar disfrutando de lo que, en un plano estrictamente musical, tiene la facultad de captar nuestra atención.
El juego armónico y contrapuntístico que muestra, se nos presenta siempre bien cincelado y abocado a un perfecto equilibrio de todos los elementos que lo integran. Sin embargo, cuando se manifiesta con mayor complejidad arquitectónica, cada melodía, cada diseño armónico o cada línea polifónica ocupa el lugar adecuado, de manera que se puede sentir con absoluta claridad y contraste. Este es uno de los aspectos que hacen especialmente difícil la interpretación de la obra de Tarragó. La pureza del entramado musical de su discurso, hace que sea especialmente vulnerable a cualquier impureza técnica procedente de la ejecución. El hecho de utilizar una escritura sintética y comprometida con lo esencial y no contener aspectos superficiales ni de virtuosismo gratuito, impide al intérprete refugiarse detrás de recursos técnicos a menudo tanto deslumbrantes como banales.
Cerca de un centenar de obras de repertorio para guitarra sola; obras didácticas que incluyen un método graduado, dos volúmenes dedicados a escalas y arpegios, estudios de cejillas y una colección de 25 estudios melódicos y progresivos; transcripciones de obras de otros autores, obras para dos guitarras, versiones de música antigua adaptada a la guitarra actual, un extensísimo catálogo de canciones populares españolas escritas para voz y guitarra, obras de cámara, etc. hacen que la obra de Graciano Tarragó sea una de las más extensas que se han escrito para guitarra, y-como decíamos al principio-los valores estéticos que se desprenden lo acreditan como uno de los más altos representantes de aquella élite de guitarristas-compositores que-durante la primera mitad del siglo XX-fueron cultivar un lenguaje guitarrístico audaz y refinado al mismo tiempo, que permitió rescatar el instrumento del contexto folklorizante al que probablemente habría podido quedar relegado.
Jaume Torrent. Barcelona, febrero del 2001.
Breve nota biográfica de Graciano Tarragó
Nació en 1892 en Salamanca y murió en 1973 en Barcelona. Al cumplir los cinco años, su familia -de origen leridano- se instaló definitivamente en Barcelona y los nueve ingresó en el Conservatorio del Liceo para estudiar violín y guitarra. En 1908 se trasladó al Real Conservatorio de Madrid donde obtendría los títulos de violín y de viola, habiendo tenido como maestro de armonía a Bartolomé Pérez Casas (compositor y director de orquesta, alumno de Felip Pedrell) y de violín en Antonio Fernández Bordas (discípulo de Pablo Sarasate y compositor). Al volver a Barcelona en 1912, amplió estudios de armonía y composición con Vicente M. Gibert (organista y compositor, alumno de Felip Pedrell y Lluís Millet) y perfeccionó los conocimientos de guitarra con Miguel Llobet (alumno de Francisco Tárrega y destacado intérprete y compositor).
A lo largo de su prolongada actividad artística, participó permanentemente en la vida musical del país, no sólo como guitarrista, sino también como intérprete de violín y de viola. Fue primer viola solista de la Orquesta Sinfónica de Barcelona fundada por Joan Lamote de Grignon, de la Orquesta de Pau Casals y de la del Gran Teatro del Liceo entre otros, así como de destacadas agrupaciones camerísticas en las que colaboró con músicos como Eduard Toldrà, Pau Casals, Santos Sagrera, Josep Trotta y Manuel Guerin, entre otros. Fue miembro fundador del Cuarteto Ibérico.
En 1933 se incorpora como profesor de guitarra en el CSM del Liceo y en 1956 recibe el encargo de confeccionar el primer programa oficial de la asignatura de guitarra con carácter estatal. En 1936 ganó el Primer Premio del Concurso Internacional de Composición para Guitarra celebrado en la ciudad de Bolonia (Italia) con la obra «Canción de cuna» (estilo asturiano). Colaboró, desde sus inicios, con "Ars Musicae", formación instrumental pionera en España en el cultivo de la música antigua interpretada con instrumentos históricos, creada por el musicólogo cura Higini Inglés.
Entre 1950 y 1965 efectuó, con su hija Renata, varias giras por España y Europa, actuando, en numerosas ocasiones, con Victoria del Angels, a quien había descubierto el aula de guitarra del Conservatorio del Liceo. En 1971 creó el «Cuarteto Tarragó» (cuatro guitarras) el cual se convertiría, entre los años 1975 y 1985, en el grupo de cámara español con más actividad concertística en todo el mundo. La figura de Graciano Tarragó ha tenido una especial relevancia en el campo pedagógico así como en de la composición de obras para guitarra, contando con un amplísimo catálogo de obras que lo hacen merecedor de un lugar destacado en la historia de la música española del siglo XX.
(*) Artículo publicado en noviembre del 2003 por el Conservatorio Superior de Música del Liceo de Barcelona y subvencionado por el Departament de Cultura de la Generalitat de Catalunya con motivo de la conmemoración del 30 aniversario de la muerte de Graciano Tarragó.