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Nueva técnica guitarrística

Una técnica para la plena utilización
de la capacidad de sonido de la guitarra.



La técnica que he desarrollado a lo largo de los años permite la utilización de toda la intensidad sonora que puede emitir el instrumento.

Tradicionalmente, el mundo interpretativo de la guitarra ha utilizado como recurso preferente el juego que proporciona el contraste entre la variedad de timbres -tastiera/ponticello- descartando la idea de desarrollar una pulsación suficientemente vigorosa con la que explotar toda la intensidad sonora del instrumento y poder obtener una amplia paleta de intensidades. Como resultado de este planteamiento, las técnicas guitarrísticas se han mantenido al margen del desarrollo eficaz de uno de los recursos más importantes sobre el que se basa la expresividad de la mayoría de los instrumentos cultos: la dinámica.

Bajo este condicionamiento, el intérprete de guitarra no logra trascender el ámbito de la autosatisfacción y se recrea, casi exclusivamente, en recursos expresivos de carácter intimista. Al no desarrollar todo el potencial sonoro que es capaz de proporcionarle el instrumento, los recursos expresivos utilizados solo tienen eficacia en el ámbito de las grabaciones o en el de las audiciones a corta distancia, pero no se materializan de forma suficientemente explícita en las salas de concierto convencionales de cámara ni, mucho menos, en las sinfónicas.

En dichos auditorios, para lograr la atención del público a lo largo de un concierto es imprescindible disponer de una estratificación clara y contrastada de intensidades sonoras que permita profundizar en la dimensión dramática del discurso de las obras (sobre todo si éstas son de desarrollo extenso) y en la guitarra eso no es posible si el intérprete no explora todo el volumen de sonido del instrumento con el fin de obtener un amplio abanico de matices dinámicos.

El deficiente desarrollo de esta capacidad es uno de los principales motivos por los que -a pesar de la existencia de un repertorio de inmejorable valor artístico, perfectamente comparable al que poseen la mayoría de los instrumentos cultos- un concierto de guitarra resulta aburrido para una gran mayoría de  melómanos y probablemente este factor ha contribuido a que el instrumento no haya logrado consolidar un puesto significativo en las programaciones habituales de los ciclos de conciertos.

Cierto es que algunos podrían defender el lamentablemente reiterado uso de la amplificación presentándola como una solución al déficit en la proyección sonora, pero si tenemos en cuenta que la acción interpretativa tiene entre sus principales focos de interés al desarrollo de las habilidades personales, la amplificación se nos presenta como una manipulación del sonido que impide hacer una valoración adecuada de una de las cualidades determinantes del grado de calidad de cualquier intérprete: la capacidad de proyección de su sonido natural.

Por otro lado, no parece de ley que algunos guitarristas defiendan el uso de la amplificación cuando solo son capaces de obtener de su instrumento un nivel de intensidad sonora que está muy por debajo del que podrían obtener mediante una técnica apropiada ya que, a mi modo de ver, solo estaría legitimado para su defensa aquel que estuviera capacitado para hacer un pleno uso de las posibilidades sonoras del instrumento.

Las razones por las que las técnicas guitarrísticas han desestimado el uso de todo el potencial sonoro de la guitarra han sido básicamente dos: el temor a que al sonido se le asociaran ruidos desagradables procedentes del roce de las cuerdas con el diapasón y la creencia de que la fuerza muscular necesaria para emitir un sonido más potente que el convencional generaba una dificultad insalvable a la hora de desarrollar las distintas fórmulas mecánicas de la técnica guitarrística.

La técnica que he desarrollado afronta ambos problemas gracias al descubrimiento y sistematización de ciertos recursos mecánicos y de actitud encaminados a imprimir un sentido de vibración a las cuerdas que no produzca fricción con el diapasón y a transformar la fuerza desestabilizadora  -que en virtud de la ley de la acción-reacción proyectan las cuerdas sobre los dedos en la acción de pulsar-  en una fuerza positiva al servicio de una mayor intensidad de emisión y de una sólida estabilidad del cuerpo del intérprete.

En su conjunto, esta técnica -a la vez que produce un sonido de un vigor superior al que se obtiene con las técnicas más divulgadas de la actualidad- potencia al máximo la asimilación y mecanización de los recursos mecánicos que cada partitura exige, permitiendo que los aspectos estilísticos y emocionales fluyan con toda la intensidad y libertad que requiere una buena interpretación musical.  

Pienso que el mundo guitarrístico debería reflexionar y darse cuenta de que establecer un límite volumétrico por debajo del que posee el instrumento es limitarle en su capacidad expresiva.


Jaume Torrent. Rocafort 25.08.2007